La niñera se atrevió a decir, “Señor, su hijo no es autista, solo necesita amor, sin imaginar lo que el millonario haría. Señor, su hijo no es autista, solo necesita amor”, dijo Carmen con firmeza, sosteniendo la mirada del imponente hombre frente a ella. El rostro de Mateo Herrera se transformó.

Sus ojos, normalmente fríos como el hielo, ardieron con furia contenida, mientras el costoso reloj en su muñeca marcaba cada segundo del tenso silencio. “¿Cómo se atreve?”, respondió finalmente, con voz controlada, pero amenazante. “Tiene usted tres docenas de especialistas contradiciendo esa y opinión. Está despedida. Recoja sus cosas y váyase de mi casa ahora mismo.

” La joven niñera sintió que le faltaba el aire. Necesitaba este trabajo desesperadamente, pero no podía quedarse callada viendo cómo trataban al pequeño Lucas. La terapeuta, que había provocado el berrinche del niño, los observaba con expresión satisfecha desde el otro lado de la habitación, mientras el pequeño de 4 años seguía soyando en un rincón.

Carmen se agachó para recoger los juguetes esparcidos por el suelo, tratando de controlar el temblor de sus manos. Acababa de perder su empleo por hablar de más y con él la posibilidad de mandar dinero a su abuela y a su hermana Daniela en Washaka, pero algo dentro de ella se negaba a arrepentirse.

“Como usted diga, señor Herrera”, respondió Carmen con dignidad. Fue entonces cuando ocurrió lo impensable. Lucas, que llevaba meses sin hablar más allá de palabras sueltas según los informes, se levantó de su rincón y corrió hacia su padre, aferrándose a sus piernas. “Papá, no dejes que Carmen se vaya”, pronunció el niño con claridad perfecta, sorprendiendo a todos en la habitación. La terapeuta dejó caer su tableta.

Mateo miró a su hijo como si lo viera por primera vez y Carmen, con lágrimas contenidas, comprendió que acababa de presenciar un milagro. Dos semanas antes, Carmen Fuentes había llegado a la imponente mansión de los Herrera en Lomas Altas, con el corazón latiéndole fuerte. Sus zapatos gastados contrastaban con el mármol inmaculado del recibidor y su sencillo vestido parecía fuera de lugar entre tanto lujo.

Doña Pilar, el ama de llaves, la había recibido con una mirada evaluadora que la hizo sentirse pequeña. El señor Herrera necesita una niñera capacitada. le había dicho mientras revisaba su currículum. Su hijo requiere atención especial. Tengo experiencia con niños con necesidades especiales respondió Carmen, además de mi título en educación infantil. Hm.

Murmuró doña Pilar, poco impresionada. El pequeño Lucas tiene 4 años. fue diagnosticado con autismo el año pasado. Su madre falleció durante el parto y el señor Herrera es muy particular con los cuidados del niño. Mientras esperaban al dueño de la casa, Carmen vio por la ventana a un niño pequeño sentado solo en el jardín, alineando meticulosamente unos cochecitos de juguete, mientras una mujer con bata blanca tomaba notas sin interactuar con él.

“¿Ese es Lucas?”, preguntó Carmen. “Sí. Está en terapia, no se le debe interrumpir. Algo en la soledad del niño le rompió el corazón. Reconoció en él la misma mirada perdida que ella tuvo después de perder a sus padres. La puerta se abrió de golpe y entró Mateo Herrera, un hombre alto y atractivo que irradiaba autoridad.

Sin embargo, sus ojos mostraban un vacío que Carmen reconoció al instante, la mirada de alguien que ha dejado de sentir. “Señor Herrera, ella es Carmen Fuentes, la candidata para niñera”, presentó doña Pilar. Mateo apenas la miró. ¿Tiene experiencia con niños autistas? Sí, trabajé en un centro.

¿Puede empezar hoy mismo? La anterior niñera se fue sin aviso y tengo una reunión importante. Carmen parpadeó sorprendida por la brusquedad. Sí, claro. Bien, doña Pilar le explicará las reglas. La principal, siga al pie de la letra las indicaciones de los terapeutas y no altere las rutinas de Lucas. Y por favor, no me moleste mientras trabajo. Sin más, se marchó.

Carmen miró a doña Pilar, quien simplemente suspiró. Te acostumbrarás. Desde que la señora Sofía murió, el Señor es así. Ven, te mostraré tu habitación y los horarios de Lucas. Esa misma tarde, Carmen conoció oficialmente a Lucas. El niño no la miró a los ojos ni respondió cuando ella se presentó.

solo continuó jugando con sus carritos, ordenándolos por colores. En su habitación, Carmen encontró un grueso archivo con el historial médico del niño, rutinas estrictas y medicamentos. se sorprendió al ver tantos diagnósticos y tratamientos para un niño tan pequeño. Durante los días siguientes, observó como los especialistas trataban a Lucas como un caso de estudio.

Nadie lo abrazaba, nadie jugaba realmente con él, nadie le cantaba canciones. Una noche, explorando la mansión silenciosa, Carmen encontró un retrato de Sofía Herrera. Era una mujer hermosa con ojos amables, el tipo de ojos que Lucas había heredado, pero que nadie parecía notar bajo tantas etiquetas médicas. Poco a poco, cuando estaban solos, Carmen comenzó a introducir pequeños cambios.