La madre lloraba desconsoladamente, sus lágrimas parecían no tener fin, suplicando desesperadamente poder ser enterrada junto a su hija. De repente, al inclinarse más cerca del cuerpo de la joven, notó algo extraño y gritó aterrorizada.

En el funeral reinaba un silencio abrumador. La sala blanca estaba llena de familiares, amigos y conocidos que habían venido a despedir a la joven, quien había fallecido tan repentinamente después de unos días con fiebre alta y un deterioro general.

Los médicos habían diagnosticado una encefalitis rara que causó un paro cardíaco. La reanimación no tuvo éxito.

La madre lloraba desconsolada, rogando ser sepultada al lado de su hija, cuando de repente se inclinó nuevamente y vio algo que la hizo gritar de miedo.

Dentro del ataúd, la chica parecía estar dormida: su rostro era sereno y sus manos cruzadas sobre el pecho. La madre estaba sobre ella, incapaz de contener las lágrimas. La desesperación estalló en un grito desgarrador que rompió el silencio del salón y el corazón de todos los presentes.

— ¡Llévenme con ella! — sollozaba la mujer. — ¡No puedo vivir sin ella! ¡Entiérrenme junto a ella! ¡No quiero respirar más este aire sin mi niña!

El padre la abrazó, temblando de lágrimas. Los familiares se acercaban uno a uno para consolarla y secarle los ojos. El dolor parecía tan grande que podría quebrar la realidad bajo su peso.

Y de repente…

La madre se detuvo. En su rostro apareció una expresión extraña. Se inclinó de nuevo sobre el cuerpo de su hija, entrecerró los ojos… y vio eso…

Exhaló un suspiro contenido:

— Esperen… su pecho… está… ¡RESPIRANDO!

El pánico se extendió por la sala. Algunos pensaron que era solo una ilusión, producto del cansancio, el dolor y el colapso nervioso. Pero otros empezaron a notar un leve, casi imperceptible movimiento. El pecho de la joven subía y bajaba.

— ¡Está viva! — gritó alguien. — ¡Dios, está viva!

Mientras algunos permanecían paralizados por el shock, incrédulos, otros llamaron de inmediato a una ambulancia. Los médicos llegaron corriendo, casi tropezando en su prisa.

Revisaron: había pulso. La presión era baja, pero estable. La joven fue trasladada rápidamente a la unidad de cuidados intensivos.

Al día siguiente llegó el diagnóstico: coma letárgico. Una rara condición en la que la persona parece muerta, pero sus funciones vitales están ralentizadas.

En esencia, un estado de sueño profundo similar al coma, pero con posibilidad de despertar.

Más tarde se descubrió que el médico que había atendido a la joven cometió un error: no percibió el pulso débil. La temperatura corporal era casi igual a la ambiente y la respiración apenas perceptible.

Oficialmente había sido declarada muerta, firmado el certificado de defunción e iniciados los preparativos para el funeral.

Si no hubiera sido por el grito desesperado de la madre, si no fuera por esa despedida…

la joven habría sido enterrada viva.

Ahora está en el hospital, en condiciones estables, y mejora día a día. La madre no se separa de su lado y repite una sola frase:

— Fue un milagro. Y lo sentí… con todo mi corazón.