Con el transcurso de los días después del fin de Boquitas Pintadas, el grupo musical donde Mary y Gloria Trevi se cruzaron por primera vez, la esposa de Sergio comenzó a percibir que su matrimonio no era un vínculo entre dos personas, sino que involucraba a un tercero. Un día, mientras realizaba la tarea de limpiar la habitación principal, Mary encontró mechones de cabello de Gloria esparcidos alrededor de la cama. Gloria tenía la costumbre de anudar su larga melena y retorcerla cuando se sentía inquieta. Mary recogió estos cabellos y continuó limpiando la habitación, que se llenaba de dudas. A pesar de las señales evidentes, Mary deseaba aferrarse a la creencia en el amor y la amistad, evitando pensar en lo que era cada vez más obvio.

Una noche, algo la despertó y descubrió a Gloria cruzando el patio interior que separaba sus habitaciones. En ese momento, sus miradas se encontraron a la luz tenue, y Mary notó una sonrisa en el rostro de Gloria que era diferente de las anteriores. Fue entonces cuando comprendió lo que había sucedido. Sus dudas se disiparon, aunque nunca sabría cuándo había comenzado exactamente esa relación aún más secreta que la suya.
Finalmente, Gloria le dijo: «Solo te ruego algo, no lo vayas a tratar como a mí». La independiente y rebelde Gloria también había caído en las redes del maestro, lo que complicaría aún más las cosas tanto para ella como para Mary. El infierno que estaban experimentando ahora sería compartido, aunque de manera muy diferente.
Después de esa escena nocturna, Mary reunió el coraje necesario y confrontó a Sergio. Necesitaba escuchar lo que ya sabía que era verdad. Con voz temblorosa, le preguntó si tenía una relación con Gloria. La respuesta de Sergio, con una sonrisa burlona, fue: «¿Y tú que creías que era tu amiguita, verdad?». Le recriminó por no haber obedecido su deseo de mantener su relación en secreto y de no hablar nunca sobre lo suyo. Mary se disculpó, reconociendo la traición de su esposo con Gloria Trevi.
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Encontré a mi hija arrodillada bajo la lluvia, mientras su esposo la castigaba por haber comprado un vestido nuevo. Desde dentro, podía escuchar a su marido y a su familia riéndose. La levanté, pateé la puerta y dije cinco palabras que jamás olvidarían.
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Mi hijo y su esposa me pidieron que cuidara a su bebé de dos meses mientras ellos iban de compras. Pero, por más que lo abrazaba, el pequeño no dejaba de llorar desesperadamente. Algo no iba bien. Cuando levanté su ropa para revisar el pañal, me quedé paralizado. Había… algo increíble. Mis manos empezaron a temblar. Tomé a mi nieto rápidamente y salí corriendo hacia el hospital.
Nunca olvidaré aquella tarde de sábado en Madrid. Mi hijo y su esposa me habían pedido que cuidara a su…
Después de dedicar seis meses a coser a mano el vestido de boda de mi hija, entré en la suite nupcial justo a tiempo para oírla decir entre risas: “Si pregunta, dile que no me queda. Parece comprado en una tienda de segunda mano.” Sentí cómo algo dentro de mí se desmoronaba, pero respiré hondo, levanté la cabeza y me llevé el vestido sin decir palabra. Sin embargo, más tarde sucedió algo que jamás habría imaginado…
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Había entrado fingiendo ser una clienta anónima, con la libreta escondida en el bolso, cuando apareció el mensaje de mi hija, aterrorizada: “¡Mamá, me acusa de robar! ¡Llama a la policía!”. Se me heló la sangre, pero mi respuesta fue firme: “Cariño, escóndete en el almacén. Voy para allá”.
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“¡Lárgate de esta casa, vieja inútil!” — La humillación que convierte la hacienda de Joanna en un campo de batalla familiar.
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