Él tenía un trabajo bien pagado, un abogado caro, y había estado construyendo un caso para demostrar que Carmen era una madre incapaz de cuidar a Lucía. Mi amor, yo voy a luchar por ti. No voy a dejar que nos separen. Pero, ¿cómo vas a luchar sin abogado? Carmen no tenía respuesta para esa pregunta. Roberto le había cortado el acceso a sus cuentas bancarias, había dejado de dar dinero para los gastos de la casa y ella había tenido que buscar trabajo como empleada doméstica para poder sobrevivir.

No tenía dinero para contratar un abogado. Mami, yo voy a ser tu abogada. Carmen se habría reído si la situación no fuera tan desesperada. Mi amor, tú tienes 8 años. Los niños no pueden ser abogados. Pero, ¿puedo acompañarte al tribunal? Supongo que sí, pero entonces voy a ir contigo y voy a ayudarte. Los siguientes días fueron un torbellino de actividad para Lucía.

Durante los recreos en el colegio, en lugar de jugar, se dirigía a la biblioteca y le pedía a la bibliotecaria que la ayudara a buscar información sobre leyes de familia. La señora González, que era la bibliotecaria, al principio pensó que era para un proyecto escolar. Lucía, esto es muy avanzado para tu edad.

¿Estás segura de que es para la escuela? Es para ayudar a mi mamá. Respondió Lucía con total honestidad. La señora González había sido bibliotecaria durante 20 años y había visto a muchos niños pasar por allí, pero nunca había visto a una niña de 8 años leer códigos legales con tanta concentración.

Decidió ayudarla pensando que tal vez la niña estaba atravesando una situación familiar difícil. Durante una semana, Lucía se sumergió en libros de derecho familiar. Obviamente no entendía todo, pero tenía una habilidad natural para identificar la información importante. Aprendió sobre los derechos de los menores, sobre los criterios que los jueces utilizan para determinar la custodia, sobre la importancia del bienestar del menor por encima de todo.

Pero lo más importante que descubrió fue que en algunos casos especiales los menores pueden expresar su opinión ante el juez y aunque no podían representarse legalmente a sí mismos, sí podían hablar sobre sus sentimientos y preferencias. El jueves por la noche, la víspera de la audiencia, Carmen estaba sentada en la mesa de la cocina rodeada de papeles tratando de preparar su defensa por sí misma.

Lucía se acercó con un cuaderno en las manos. Mami, he estado estudiando sobre las leyes de familia. Carmen levantó la vista sorprendida. ¿Qué has estado haciendo? ¿Qué? He estado aprendiendo sobre los derechos de los niños y sobre las audiencias de custodia. Mira, escribí aquí todas las cosas importantes que tienes que decir mañana. Carmen tomó el cuaderno y no podía creer lo que estaba viendo.

Su hija de 8 años había escrito con su letra de niña, pero con un contenido sorprendentemente maduro, un resumen de los argumentos legales más importantes para su caso. Lucía, esto es esto es increíble. ¿Cómo sabes todo esto? Leí libros en la biblioteca y también hablé con la señora González. Ella me explicó muchas cosas.

Carmen abrazó a su hija sintiéndose abrumada por la inteligencia y la determinación de la pequeña. Mi amor, mañana en el tribunal habrá muchos abogados y jueces. Va a ser muy serio y tal vez un poco aterrador. No tengo miedo, mami. Voy a estar contigo. ¿Pero qué vas a hacer? Lucía la miró con esos ojos inteligentes que siempre habían sorprendido a todos los adultos a su alrededor.

Voy a decirle al juez la verdad. Voy a decirle por qué necesito quedarme contigo y voy a demostrarle que tú eres la mejor mamá del mundo. Carmen sintió lágrimas en sus ojos. Su hija de 8 años había hecho más para preparar su defensa que ella misma. ¿Estás segura de que quieres hacer esto? Estoy segura, mami.

Somos un equipo y los equipos no se separan. Esa noche, madre e hija se quedaron despiertas hasta tarde, repasando todo lo que habían preparado. Carmen le explicó a Lucía lo que podía esperar en el tribunal y Lucía le mostró a su mamá todas las cosas que había aprendido sobre sus derechos.

Cuando finalmente se fueron a dormir, Carmen se dio cuenta de que por primera vez en meses se sentía esperanzada. Su hija pequeña le había dado algo que no había tenido durante toda esta pesadilla, la certeza de que no estaba sola en esta lucha. A la mañana siguiente, mientras se preparaban para ir al tribunal, Lucía se vistió con su mejor ropa, una falda azul marino, una blusa blanca y los zapatos negros que Carmen le había comprado para las ocasiones especiales.

Se peinó el cabello en una cola de caballo pulcra y tomó su cuaderno con todas sus notas. “¿Estás lista, mi abogada?”, le preguntó Carmen tratando de sonar animada a pesar de los nervios. Estoy lista, mami. Vamos a ganar. Y mientras tomaban el autobús hacia el tribunal, Carmen no sabía que su hija de 8 años estaba a punto de hacer algo que cambiaría no solo su vida, sino la forma en que todo el sistema de justicia familiar vería los derechos de los menores.

Porque Lucía Esperanza Morales, no solo había decidido ser la abogada de su madre, había decidido luchar por su familia con la fuerza de su inocencia, la claridad de su amor y una inteligencia que estaba a punto de sorprender a todos en esa sala de audiencias. El tribunal de familia del Distrito Central era un edificio imponente de concreto gris que intimidaba incluso a los adultos más seguros.