Era una mañana sombría, empapada de lluvia, cuando la vida de la pequeña Laura, de siete años, cambió para siempre.

Con la mano aferrada a la de su madre, Lucy, vio cómo la puerta de entrada de su modesta casa se cerraba para siempre. Sus pertenencias (muebles, ropa, juguetes) yacían amontonadas en la acera, todo lo que les quedaba después del desahucio por impago del alquiler. Lucy, que luchaba contra el alcoholismo desde hacía años, hizo lo posible por mantenerse fuerte para Laura. Esa misma tarde gris, madre e hija se adentraron en el centro de la ciudad, sin más refugio que la calle.

Su caída había comenzado cuando el padre de Laura —un hombre devoto y trabajador— murió repentinamente de un ataque al corazón. Su desaparición había destrozado a Lucy. Incapaz de afrontar el dolor, se había refugiado en el alcohol. Solo a título ilustrativo Lo que al principio era solo una forma de adormecer el sufrimiento, pronto se convirtió en una adicción que la alejó de la realidad… y de Laura. Sus primeros días en la calle fueron una pesadilla. Sin techo ni seguridad, vagaban en busca de un lugar seguro donde dormir. Para su sorpresa, encontraron una forma de familia entre las personas sin hogar. Una anciana llamada Mrs Molly tomó especialmente a Laura bajo su protección, ofreciéndole consuelo, sabiduría y compañía.

Siempre repetía: «Aquí, en la calle, nos cuidamos los unos a los otros». Pero la salud de Lucy se deterioraba rápidamente. Su lucha contra el alcohol tenía un alto precio. Una noche glacial, su cuerpo cedió definitivamente. Compra vitaminas y complementos alimenticios Solo a título ilustrativo Sin acceso a atención médica, su hígado dañado dejó de funcionar. Laura permaneció a su lado hasta el final, con las lágrimas corriendo por su rostro, incapaz de medir plenamente el peso de ese momento. Con solo ocho años, Laura se encontró sola en el mundo. Encontró refugio bajo el toldo de una tienda y se aferró como pudo a los recuerdos de días mejores. Con el tiempo, Laura conectó con otras personas de la calle.

Un hombre llamado George, de ojos dulces y voz tranquilizadora, la tomó bajo su protección. Le enseñó a encontrar comida, a ser prudente y a protegerse de los peligros de la calle. La llevó de vuelta con Mrs Molly, que se convirtió para ella en una especie de abuela. Solo a título ilustrativo Una noche despejada, cuando Laura tenía nueve años, estaba acurrucada en su refugio habitual cuando un reluciente sedán negro aparcó frente a un restaurante elegante cercano. Un hombre alto, de cabello plateado, bajó del coche y, al hacerlo, su cartera se deslizó sin que él se diera cuenta a la acera. Entró en el restaurante, sin sospechar nada. Laura vio toda la escena. Recordando lo que su madre y sus amigos le habían enseñado, recogió la cartera y esperó.

Poco después, el hombre —el famoso abogado Albert Morgan— notó la desaparición de su cartera y salió precipitadamente, visiblemente presa del pánico. Cuando vio a Laura, que se la tendía, su expresión cambió a sorpresa y luego a gratitud. Solo a título ilustrativo «Creo que se le cayó», dijo Laura en voz baja. Albert la recuperó, asombrado por su honestidad. «Gracias», respondió cálidamente. «¿Cómo te llamas?». «Laura». Conmovido por el estado de la niña, Albert la invitó a cenar con él. Laura dudó, poco acostumbrada a tanta amabilidad, pero el hambre y la calidez de su voz la convencieron. Dentro del lujoso restaurante, Laura tenía los ojos muy abiertos. Cuando llegó la comida, comió en silencio pero con evidente entusiasmo.

A medida que avanzaba la comida, empezó a abrirse. Le contó todo a Albert: la muerte de su padre, la enfermedad de su madre y la difícil vida que ahora llevaba sola. Solo a título ilustrativo Albert quedó profundamente conmovido. «Laura, eres increíblemente valiente», dijo. «La calle no es tu lugar. ¿Te gustaría venir a mi casa esta noche? Podrás darte un baño, comer y dormir en una cama de verdad y caliente». Prudente pero confiada, Laura aceptó. En casa de Albert, le dieron ropa limpia y le mostraron una cama acogedora. Esa noche, por primera vez en años, se sintió segura. Solo a título ilustrativo En los días siguientes, se adaptó poco a poco a esta nueva vida. Ayudaba en la casa y Albert le proporcionó libros, ropa y juguetes.

Poco a poco, su sonrisa regresó. Un día, Albert compartió algo personal. «Nunca he tenido hijos», confesó. «No puedo. Así que me sumergí en el trabajo». A medida que su vínculo se fortalecía, Albert consideró adoptar a Laura. Tras una cuidadosa reflexión y consulta legal, inició el procedimiento. Aunque nerviosa, Laura estuvo encantada cuando todo se oficializó: ahora era Laura Morgan. En la escuela, destacó y más tarde decidió estudiar derecho, como su padre adoptivo.

Impulsada por un agudo sentido de la justicia, se unió a una clínica jurídica estudiantil para ayudar a personas de bajos ingresos. Su mayor momento de orgullo fue cuando consiguió ayudas para una anciana que la abrazó susurrando: «Me has salvado la vida». Años más tarde, el día de su graduación, Albert tenía lágrimas en los ojos al verla subir al escenario. «Gracias, papá», le dijo después, con el corazón rebosante de gratitud. «Nada de esto habría sido posible sin ti». Poco después, Laura le confió un nuevo sueño: «Quiero crear una organización sin ánimo de lucro para ayudar a las personas sin hogar, como lo fui yo».