Mi suegro, de 70 años, insistió en contratar a una joven sirvienta. Un año después, se veía cada vez más pálido y apenas podía mantenerse en pie, pero quería casarse con la sirvienta, 40 años menor que él.

Mi suegro tenía 70 años. Después de que mi suegra falleciera, vivía solo, así que le contratamos una joven sirvienta llamada Esmeralda, de 29 años, de un pueblo, muy lista y de hablar dulce.
Al principio pensé: “Es bueno que alguien lo cuide, siempre y cuando no haya problemas”. Pero, para mi sorpresa, en solo unos meses, Esmeralda “cambió de piel”: de ser una sirvienta, se convirtió en la “confidente” de mi suegro.
Un año después, él anunció de repente: “Quiero casarme con Esmeralda; lleva a mi hijo en su vientre. ¡Pueden oponerse, pero no se arrepentirán!”
¡La familia se quedó en shock! Mi cuñado se enojó hasta llorar, mi marido se levantó de un golpe, diciendo que no podía creerlo. Todos pensábamos que Esmeralda era una “cazafortunas”, aprovechándose de un anciano que ya tenía un pie en la tumba.
Pero justo un mes después, mientras él insistía en organizar la boda, se desplomó en el patio. Después de una semana en el hospital, dio su último aliento, dejando un testamento escrito a mano, con una letra temblorosa y garabateada:
“Mis bienes se dividen equitativamente entre mis hijos, excepto esta casa, que se la dejo a Esmeralda y a su hijo, como un regalo de bodas tardío…”
Pensé que ese shock había sido el colmo… pero, para mi sorpresa, cuando fuimos a tramitar el acta de nacimiento del bebé, Esmeralda entregó en silencio un papel con una prueba de ADN. Nadie lo esperaba: el bebé en su vientre… ¡no era su hijo! ¡Era de otra persona!
Resulta que, después de ver que él era rico y vivía solo, ella planeó fingir el embarazo para hacerle creer que aún era “fuerte”. Temiendo perder su confianza, él fue en secreto a una revisión médica y le diagnosticaron… esterilidad desde hacía mucho tiempo, debido a complicaciones de una cirugía de próstata anterior.
Pero en lugar de decirlo, él guardó silencio. Quizás lo sabía todo… pero aún así quería tener la última ilusión de que era amado, de vivir como marido una vez más. Al terminar de leer el testamento y sostener el viejo informe médico que él había guardado en un cajón, no pude contener las lágrimas. Toda la frustración que sentía por la sirvienta se desvaneció, dejando solo una profunda tristeza por un anciano que había pasado toda su vida cuidando de sus hijos y, al final, todavía anhelaba ser amado.
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