Se suponía que sería el día más feliz de mi vida.

Llevaba meses organizando cada detalle, desde las flores hasta el vestido, pasando por el lugar perfecto junto al lago.

Era exactamente como siempre lo había soñado, y no podía esperar para decir “Sí, acepto” al amor de mi vida, Harry.

Llevábamos cinco años juntos, y por fin había llegado el momento de hacerlo oficial.

Los invitados se habían reunido a nuestro alrededor, el sol brillaba en lo alto del cielo y el sonido del agua del lago susurraba suavemente de fondo.

Sophie, mi niña de seis años, vestida como una pequeña dama de honor, sonreía mientras caminaba por el pasillo delante de mí.

El ambiente era perfecto.

Harry me esperaba en el altar con una mirada llena de amor.

Era el hombre que había estado esperando, el que me había amado en los momentos buenos y en los difíciles, incluso cuando todo parecía desmoronarse.

Habíamos superado tantas pruebas juntos, y yo me sentía lista para comenzar este nuevo capítulo de nuestras vidas.

Pero había algo para lo que no estaba preparada: mi hijo.

Jackson, mi pequeño de diez años nacido de mi primer matrimonio, estaba sentado en primera fila junto a su padre, encantador con su trajecito elegante.

Había estado callado todo el día, pero justo cuando iba a pronunciar mis votos, se levantó de golpe y corrió hacia el altar.

—¡Mamá! —gritó con voz aguda y asustada—. ¡Detente! ¡Espera!

Los invitados se giraron, confundidos.

Harry me miró desconcertado, mientras yo sentía cómo el calor de la vergüenza subía por mi pecho.

Corrí hacia Jackson, que ahora estaba justo frente al altar, con los ojos abiertos de angustia.

—¿Qué pasa, cariño? —le pregunté, agachándome a su altura.

Mi corazón latía con fuerza, pero intenté mantenerme serena.

Era un momento que debía ser de alegría, y no quería arruinarlo. Pero entendía que algo iba mal. Algo serio.

—Mamá… —dijo Jackson con voz temblorosa—. No quiero que te cases con Harry.

Sus palabras me golpearon como un puñetazo en el estómago.

No era la reacción que esperaba. En absoluto.

El rostro de mi hijo estaba lleno de miedo, y sus manitas temblaban mientras me miraba fijamente.

—Jackson, amor… —susurré, arrodillándome frente a él—. ¿Por qué no quieres que me case con él? Nos quiere a los dos. Este debería ser un día feliz.

Jackson negó con la cabeza, con lágrimas acumulándose en sus ojos.

—Pero… yo no quiero que me dejes. ¿Y si él no me quiere como tú? ¿Y si un día ya no me quiere? Tengo miedo…

Sus palabras me dejaron sin aliento. Miré a Harry, que nos observaba preocupado.

Los invitados, percibiendo la tensión, comenzaron a murmurar.

En ese momento, lo único que pude hacer fue abrazar a Jackson y tratar de calmarlo.

El peso de su miedo me golpeó con fuerza.

Nunca me había dado cuenta de lo mucho que mi hijo estaba luchando con la idea de mi boda.

Estaba tan envuelta en la emoción, en los preparativos, en la ilusión… que no vi cuán asustado estaba Jackson.

—Te quiero muchísimo, Jackson —le dije con suavidad, acariciándole el cabello—.

Siempre serás mi prioridad. No voy a irme a ningún lado, te lo prometo. Y él también te quiere, igual que yo.

No vas a perderme. Siempre estaré contigo, pase lo que pase.

Jackson me miró con los ojos muy abiertos. —¿Y si las cosas cambian? ¿Y si ya no quiere estar con nosotros?

Se me rompió el corazón. Ahora entendía que Jackson llevaba tiempo cargando esos miedos.

Tenía miedo al cambio, a perder la estabilidad que siempre había tenido conmigo.

Y por mucho que le hubiera dicho que Harry sería un buen padrastro, no había hecho lo suficiente para hacerle sentir que nuestra familia seguiría siendo su hogar.

Me levanté lentamente, tomándolo de la mano. Miré a Harry, que se acercó al altar y esperó en silencio, con paciencia.

La tensión en el aire era palpable.

—Necesito hablar un momento con Jackson —les dije a los invitados, que ahora nos observaban en completo silencio.

—Lo siento, pero es importante.

Harry asintió, dando un paso atrás para dejarnos espacio. Tomé a Jackson de la mano y lo llevé lejos del altar, con el corazón encogido.

Ya no se trataba solo de Harry y de mí. Se trataba de Jackson, de sus temores y de su necesidad de sentirse seguro.

Nos sentamos en una banca junto al lago. Tomé sus manos entre las mías.

—Jackson —le dije con voz suave—, tú eres mi mundo. Y nada, ni siquiera este matrimonio, cambiará el amor que siento por ti.

Sé que no hice lo suficiente para tranquilizarte.

Quiero que tú también seas feliz. Tú eres parte de esta familia, y estamos todos juntos en esto.

Jackson me miró, y su carita comenzó a relajarse.

—¿No me vas a dejar?

—Jamás —respondí con firmeza—. Él te quiere. Y yo te amo más que a nada. Seremos una familia, pero entre tú y yo nada va a cambiar.

Tras un largo silencio, Jackson asintió despacio.

—Está bien, mamá. Es solo que… tenía miedo.

Lo abracé con fuerza, y por un instante, el peso de todo pareció desvanecerse.

Le di un beso en la mejilla y me puse de pie.

—Volvamos. La ceremonia aún no ha terminado.

Regresamos al altar y tomé la mano de Harry.

Él me miró con comprensión, sus ojos llenos de ternura.

Sin decir nada, me envolvió en un abrazo tranquilizador.

—Lo siento —le susurré—. No sabía cuánto estaba sufriendo Jackson.

Él se separó un poco y sonrió. —Está bien. Lo superaremos juntos.

Con Jackson a mi lado, seguimos con los votos. Y esta vez no había miedo. Ni ansiedad.

Solo la profunda certeza de ser una familia: unida, fuerte, lista para afrontar lo que venga.

Jackson nos miró a ambos y me regaló una pequeña sonrisa mientras pronunciaba mis últimas palabras.

Y en ese momento, supe que esa era, sin duda, la decisión correcta. Para todos nosotros.