«ME CASÉ CON UN VIEJO RICO POR DINERO, PERO CUANDO SUPE QUIÉN ERA REALMENTE, LLORÉ».

Ella, de veintidós años, había crecido en la pobreza. Su madre sufría una enfermedad pulmonar. Su hermano no podía ir a la escuela por falta de dinero. Y ella — una joven sencilla, con el sueño de salir adelante, aunque eso significara perder su propia libertad. Una noche, les llegó una noticia. Un viejo rico, Don Armando, buscaba esposa. Gordo, casi del tamaño de un refrigerador, casi el doble de su edad. Pero, decían, amable y muy rico. «Hija mía», dijo su madre, jadeando, «quizás esta sea tu oportunidad. Para que no tengamos que sufrir más». Por desesperación, Ella aceptó.

UNA BODA SIN RISA

La boda tuvo lugar en una gran mansión en Tagaytay. Bajo su costoso vestido, sentía un peso en el pecho. No era alegría, sino miedo. En el altar estaba el hombre con el que se iba a casar: Don Armando. Gordo, sudoroso, de voz grave. Él le sonrió, pero ella no pudo devolverle la sonrisa. «A partir de ahora», dijo Don Armando, «cuidaré de ti. No te preocupes más por el dinero». Ella simplemente asintió, pero en el fondo algo gritaba: «Hice esto para que mamá pudiera vivir. Por mi hermano». Y esa noche, en lugar de un beso de amor, lloró, con la lluvia golpeando afuera.

LA VIDA EN EL PALACIO

Unos días después, fue conociendo poco a poco a su «marido». Don Armando hablaba poco, lo observaba todo y parecía sopesar cada uno de sus gestos. Era amable, pero a veces, su mirada parecía… diferente. Una noche, durante la cena, notó la forma en que Don Armando sostenía su vaso. No eran manos de un anciano. Limpia, suaves y fuertes. «Don Armando», preguntó ella, «¿qué edad tiene usted?». Él se limitó a sonreír. «La suficiente para entender el verdadero valor de una persona». Ella se sorprendió, pero no dijo nada. Hasta el día en que el mayordomo le confió: «Señora, no se sorprenda si hay cosas extrañas en nuestro patrón. Todo lo que hace tiene una razón».

EL ROSTRO SECRETO

Una noche, Ella no podía dormir. Salió a la terraza de la gran casa. Allí, vio a Don Armando, de pie al borde del jardín, quitándose algo del cuello. Ella se cubrió la boca. La piel del rostro de Don Armando… se despegaba lentamente. Y bajo esa piel, no vio a un viejo gordo— sino a un joven increíblemente guapo, musculoso y bien conocido en los negocios. «Dios mío…», susurró Ella, «¿qué es esto?». El hombre se sorprendió, se acercó de inmediato. «Ella, espera. No tengas miedo». «¡¿Quién es usted?!», gritó ella, temblando. Él se quitó lentamente toda la máscara. Y frente a ella estaba Ethan Vergara, el verdadero CEO de la empresa perteneciente a Don Armando. «Soy Ethan. Tomé la apariencia de Don Armando… porque quería conocerte; no como un hombre rico, sino simplemente como un hombre».

LA VERDADERA PRUEBA

Ella no podía creerlo. «¿Por qué hizo eso?». «Porque todas las personas que conocía solo me querían por mi dinero. Así que decidí hacerme pasar por un viejo gordo… para ver si alguien me amaría aún sin brillo, sin apariencia». Ella rompió a llorar. «Y yo… ¿soy yo a quien elegiste para intentar esto?». «Sí», respondió Ethan, «porque la primera vez que te vi, no rechazaste una vida que otros habrían despreciado. Quería ver hasta dónde podías llegar, y lo vi. Tienes un corazón hermoso». Pero ella huyó. No de ira, sino de vergüenza. «La única razón por la que acepté fue el dinero. Y ahora, siento que soy… la más pobre del mundo».

EL CAMBIO

Dejó la mansión unas semanas después. Se escondió en un pequeño apartamento, buscando trabajo. Sin embargo, un día, un hombre llegó con un sobre. Dentro, una nota: «Ella, No necesito una mujer perfecta. Quiero a alguien que sepa amar incluso cuando se equivoca. Si estás lista, volveré a la vieja iglesia donde nos casamos, no como Don Armando, sino como yo mismo».

LA VERDAERA BODA

El domingo, fue a la vieja iglesia. Dentro, Ethan estaba allí, llevando un simple barong, sin máscara, sin riquezas. Ella se acercó, llorando. «Lo siento… No sé cómo pagar por todas las mentiras que me he contado a mí misma». «No tienes nada que pagar», respondió Ethan, tomándole la mano. «En el amor, lo que se necesita no es cambiarse, es coraje». Y allí, delante de Dios, se abrazaron. Ya no era un matrimonio por necesidad. Era un matrimonio de verdad y de corazón.

EPÍLOGO

Un año después, regresaron al pueblo de Ella. Crearon una beca de estudios para mujeres como ella— aquellas a quienes la vida había forzado un día a tomar decisiones difíciles, pero que habían aprendido, al final, a elegir lo correcto. Y a cada chica que venía a verla, Ella le decía: «No necesitas disfrazarte para ser amada. Tu verdadero corazón es tu forma más hermosa».