
En pleno funeral, una madre abrió el ataúdo. Y lo que pasó después dejó a todos en shock. Rosaura quedó embarazada cuando tenía apenas 20 años y no estaba preparada. El papá del niño la dejó en cuanto se enteró y no solo se fue, sino que le insistió varias veces para que abortara. Ella se sintió sola y con miedo porque no tenía trabajo estable, y sus padres tampoco quisieron apoyarla. Pasó días sin saber qué hacer hasta que conoció a doña Beatriz, una señora mayor que ayudaba a chicas en esa situación.
Le dio un cuarto pequeño en una casa que tenía en las afueras del pueblo y le consiguió trabajo en una panadería. Rosaura aceptó todo sin quejarse porque necesitaba mantenerse y cuidar del bebé que venía en camino. Los primeros meses fueron duros. Tenía que levantarse temprano, caminar mucho, hacer turnos largos y al llegar a casa apenas le quedaban fuerzas, pero no se quejaba porque sentía que al menos estaba haciendo algo por su hijo. Cuando nació el niño le puso Mateo.
Desde ese momento, Rosaura se enfocó solo en él. No volvió a salir con nadie. No tenía tiempo para nada que no fuera su hijo y el trabajo. Iba a las reuniones del preescolar, aunque estuviera cansada, y se las arreglaba para que nunca le faltara nada. Con los años, Rosaura logró alquilar un lugar propio. Era pequeño y sin lujos, pero estaba limpio y era suyo. Mateo creció en ese ambiente donde todo giraba en torno a él. A veces preguntaba por su papá y Rosaura le decía que no era alguien confiable, pero que ella siempre iba a estar.
Y eso era verdad, porque nunca falló. Cuando Mateo se enfermaba, ella se quedaba despierta toda la noche. Cuando tenía torneos o actividades del colegio, pedía permiso para ir, aunque eso le costara el sueldo del día. Pasaron los años y Mateo se volvió un buen estudiante. Rosaura se sentía orgullosa y, aunque a veces se cansaba, decía que todo valía la pena. No esperaba nada a cambio, solo quería verlo bien. Para ella, todo lo que había hecho desde el primer día era lo normal.
Nunca se vio como una heroína, solo como una mamá que no iba a dejar solo a su hijo, sin importar lo difícil que fuera, Mateo fue creciendo sin dar problemas y siempre fue buen alumno. Le gustaba aprender y también le iba bien en los deportes. En el colegio era de los que sacaban buenas notas sin esfuerzo, pero aún así estudiaba. Rosaura se sentía tranquila porque veía que su hijo tenía claro lo que quería. Cuando terminó la secundaria, le ofrecieron una beca para estudiar informática en una universidad de la capital y no dudó en aceptarla.
Rosaura lo apoyó con lo poco que tenía y aunque al principio le costó acostumbrarse a la idea de tenerlo lejos, entendía que era lo mejor para él. En la universidad, Mateo siguió destacando. Tenía buenas calificaciones y fue haciendo contactos. En uno de los proyectos conoció a Camila, una chica que también estudiaba tecnología y que pronto se volvió parte de su vida. Empezaron a trabajar juntos en varias ideas y después de graduarse decidieron crear su propia empresa de aplicaciones enfocadas en apuestas.
A la gente le gustó lo que hacían y el negocio empezó a crecer rápido. En menos de un año ya estaban ganando buen dinero y salían en entrevistas por internet. Mateo la llamó varias veces para contarle lo bien que le iba, pero poco a poco las llamadas se fueron haciendo menos frecuentes. Rosaura no decía nada, pero lo notaba. Él le mandaba dinero cada mes y siempre le decía que podía mudarse a la ciudad para estar más cerca, pero ella prefería quedarse en su casa.
No le gustaba sentirse una carga y tampoco confiaba del todo en la gente que rodeaba a su hijo, especialmente Camila. Desde el principio algo en ella no le cerraba. No sabía explicar por qué, pero no le gustaba. Cuando Mateo fue a visitarla después de varios meses sin verla, le contó que pensaba casarse con Camila. A Rosaura no le gustó la noticia. Se quedó callada un rato, pero por dentro tenía un mal presentimiento. Sentía que algo no estaba bien, que esa chica no estaba con su hijo por las razones correctas.
Aunque trató de disimularlo, Mateo notó su incomodidad y desde ese momento la relación entre ellos empezó a enfriarse más de lo que ya estaba. Mateo se casó con Camila sin avisarle a Rosaura. Un día, simplemente le mandó un mensaje contándole que ya habían firmado y que más adelante la llamarían para una cena familiar. Rosaura se quedó mirando el teléfono sin saber qué pensar. No le sorprendía del todo, pero igual le dolió. no entendía por qué su hijo había tomado una decisión tan importante sin decirle nada.
Antes pensó en llamarlo para pedirle explicaciones, pero después prefirió quedarse callada. No quería crear más distancia y tampoco quería discutir. Se sintió incómoda durante días y cada vez que alguien en el pueblo le preguntaba por Mateo, tenía que inventar alguna excusa para no contar que ni siquiera la habían invitado al matrimonio. Pasaron las semanas y Rosaura trató de hacer su vida normal, aunque por dentro sentía que algo estaba mal. Cada vez que veía fotos nuevas de Mateo en redes sociales con Camila, en eventos elegantes o entrevistas, le daban ganas de escribirle, pero no lo hacía.
A veces se preocupaba más de lo normal porque no la llamaba seguido y cuando lo hacía hablaban poco. Él siempre decía que tenía mucho trabajo, que todo estaba bien y que no se preocupara. Pero Rosaura no podía quedarse tranquila. tenía una sensación constante de que algo no estaba bien. No sabía si era por Camila o por el cambio de actitud de su hijo, pero lo sentía. Un día recibió un correo con una foto y una invitación formal al lanzamiento de una nueva aplicación.
Estaba firmada por la empresa de Mateo y Camila, pero no tenía ni una nota personal. Rosaura la leyó varias veces y la guardó sin contestar. pensó en ir, pero después cambió de idea. No quería llegar sola a un lugar donde nadie la conocía y donde seguramente todos fingirían cortesía solo porque era la mamá del dueño. Se quedó en casa y pasó ese día trabajando en el jardín como cualquier otro. Pero ese fue el último contacto que tuvo con su hijo durante mucho tiempo.
Después ya no llegaron más a llamadas ni mensajes, solo noticias sueltas por redes o algún comentario de alguien que lo había visto en televisión. Rosaura empezó a preocuparse más en serio y aunque no quería exagerar, algo le decía que ese silencio no era normal. Una mañana, Rosaura recibió una llamada inesperada de un número desconocido. Atendió sin pensar y escuchó la voz de una mujer que le decía que lamentablemente su hijo había fallecido. Le costó entender lo que estaba oyendo y por un momento pensó que era una broma de mal gusto.
Pero la mujer dijo que hablaba de parte de Camila y que el funeral ya estaba organizado. Le dio una dirección y una hora y cortó sin decir mucho más. Rosaura se quedó sentada en la cama sin moverse tratando de procesar lo que acababa de pasar. No sabía si llorar o salir corriendo. Se sentía confundida y no entendía por qué nadie la había llamado antes. Le parecía todo muy raro. Empezó a empacar lo básico, agarró el bolso y salió rumbo a la ciudad sin saber bien qué iba a encontrar.
Durante el camino pensó en muchas cosas y cada vez se sentía más incómoda. No podía sacarse de la cabeza la idea de que algo no cuadraba. Recordó los últimos meses sin noticias, el cambio repentino de actitud de Mateo y la forma seca en que le avisaron. Todo le parecía demasiado frío. Cuando llegó al lugar, ya había varias personas vestidas de negro y el ataúd estaba cerrado. Camila estaba ahí rodeada de gente, pero al verla no se acercó, solo la miró de lejos y siguió hablando con otras personas como si nada.
Rosaura se acercó al ataúdlo, pero uno de los asistentes le dijo que no era posible, que por decisión de Camila, el ataú debía permanecer cerrado. Eso le pareció raro y le dio rabia. No entendía cómo alguien podía impedirle ver a su propio hijo por última vez. No quiso discutir, pero insistió. La ignoraron varias veces hasta que decidió hacerlo por su cuenta. Se acercó rápido, levantó la tapa y se quedó paralizada. Mateo estaba ahí, pero no tenía la cara de alguien muerto.
Estaba pálido, sí, pero tenía señales claras de estar respirando lento. Rosaura gritó sin pensarlo y empezó a pedir ayuda. La gente se acercó sorprendida y varios retrocedieron cuando se dieron cuenta de que el muchacho seguía vivo. Entonces llamaron a emergencias y todo se volvió un caos. Camila trató de irse, pero alguien la detuvo. Nadie entendía nada y Rosaura solo repetía que ella lo sabía, que algo no estaba bien y que por eso no se había quedado callada.
La ambulancia llegó rápido y los paramédicos confirmaron que Mateo seguía con vida, aunque estaba muy débil. Lo subieron enseguida y se lo llevaron al hospital mientras Rosaura iba con ellos sin soltarle la mano. En el trayecto no dejaba de mirar su rostro y de preguntarse cuántas horas llevaba ahí encerrado. Cuando llegaron, lo pasaron directo a cuidados intensivos y los doctores dijeron que había ingerido una cantidad fuerte de pastillas para dormir. Si hubiera pasado un poco más de tiempo, no lo habrían salvado.
Mientras tanto, en el lugar del funeral, varios testigos declararon lo que habían visto y la policía detuvo a Camila en el acto. En la comisaría, después de varias horas de preguntas, confesó que había planeado todo. Dijo que le había dado las pastillas sin que él lo notara y que lo puso en el ataúd antes de que despertara. Su idea era enterrarlo rápido y quedarse con el control total de la empresa y sus bienes. Cuando los agentes le preguntaron cómo pensaba salirse con la suya, dijo que nadie sospecharía si el cuerpo no se veía.
Para ella, todo estaba cubierto. La noticia se regó por todos lados. En redes sociales y medios aparecieron titulares con fotos del ataúdateo. La gente no podía creer lo que había pasado. Rosaura, en cambio, no quiso hablar con nadie, solo se quedó en el hospital esperando a que su hijo abriera los ojos. Pasó dos días sin dormir, sentada en una silla, hasta que finalmente él despertó. estaba desorientado y tardó un rato en entender lo que había pasado. Cuando se enteró de todo, no dijo mucho, solo escuchó y se quedó en silencio.
Pero después miró a su madre y empezó a llorar. Le costaba aceptar que casi muere y que había confiado en alguien que quiso matarlo. Camila fue sentenciada por intento de homicidio y fraude. Rosaura volvió a su casa, pero esta vez con su hijo al lado. Mateo dejó el negocio en pausa y se fue con ella por un tiempo. No quería estar solo y necesitaba recuperarse sin presiones. Ya no discutían, no hablaban de lo que pasó todo el tiempo.
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