El millonario iba a firmar y perder todo, hasta que la limpiadora susurró la verdad en su oído. “No firmes, es una trampa”, susurró Camila, acercándose peligrosamente al oído de Sebastián mientras fingía limpiar la mesa. “Te van a quitar todo.” Sebastián Morales se quedó helado, la pluma a centímetros del contrato que cambiaría su vida.

Sus ojos azules se encontraron con los de la mujer que acababa de hablarle, una empleada de limpieza que llevaba meses trabajando en el edificio sin que él siquiera notara su presencia. “Perdón”, murmuró Miguel Torres, su socio y mejor amigo desde la infancia, frunciendo el seño.

“¿Algún problema, Sebastián?” El corazón de Sebastián latía como tambor de guerra. Algo en la voz de esa mujer, en la urgencia de sus palabras, lo había paralizado completamente. La miró de nuevo. Tenía los ojos llenos de miedo, pero también de determinación. Solo necesito un momento para revisar esta cláusula”, mintió señalando un párrafo al azar del contrato.

Ricardo Castellanos, el elegante empresario de 50 años que representaba la fusión más importante de su carrera, golpeó impaciente la mesa con los dedos. “Morales, llevamos 6 meses negociando esto, no hay tiempo para más dudas. O firmas ahora o la oferta se cancela.” Miguel se inclinó hacia él con esa sonrisa que había visto mil veces desde que eran niños vendiendo dulces en los buses de Medellín.

Hermano, esto es lo que siempre soñamos. Tu empresa tecnológica fusionada con empresas castellanos te convertirá en el hombre más rico de Colombia. ¿Qué más necesitas saber? Sebastián miró el contrato otra vez. Ahí estaba todo, la transferencia de acciones, los nuevos puestos directivos, las proyecciones financieras que triplicarían su fortuna, todo lo que había trabajado durante 10 años para conseguir.

Pero las palabras de la mujer de limpieza seguían resonando en su cabeza como una alarma. “Dame 5 minutos”, dijo de repente poniéndose de pie. “Solo 5 minutos para aclarar mi mente, Sebastián.” Miguel se levantó también con expresión de alarma. No podemos hacer esperar más al señor Castellanos. 5 minutos repitió Sebastián con firmeza, dirigiéndose hacia la puerta.

En cuanto salió de la sala de juntas, sintió una presencia detrás de él. Era ella, la mujer que había cambiado todo con una simple frase. “Señor Morales”, susurró Camila, mirando nerviosamente hacia ambos lados del pasillo. “Sé que no me conoce, pero llevo meses trabajando aquí. He visto cosas, he escuchado conversaciones. ¿Quién eres?, preguntó Sebastián, estudiando su rostro por primera vez.

Era joven, tal vez de 28 años, con el cabello recogido en una coleta y los ojos más honestos que había visto en mucho tiempo. Me llamo Camila Santos. Limpio las oficinas de noche y se detuvo temblando. Sé que parezco loca, pero esa fusión no es lo que parece. Van a robarte todo. Sebastián sintió como si el suelo se moviera bajo sus pies.

Durante 35 años había confiado en su instinto para los negocios y algo en la voz de esta mujer le decía que no estaba loca en absoluto. ¿Qué sabes exactamente? Preguntó en voz baja. Camila miró hacia la puerta cerrada de la sala de juntas antes de responder. Su socio, el señor Torres. He escuchado sus llamadas telefónicas cuando trabajo de noche.

Él y castellanos han estado planeando esto durante años. La empresa de castellanos está en bancarrota, pero van a usar sus activos para cubrirse. Una vez que firme, transferirán todas las deudas a su nombre y usted quedará arruinado. Las palabras de Camila cayeron como martillazos en el pecho de Sebastián.

Miguel, su hermano de la vida, el único que había estado con él cuando su madre murió, cuando empezó su primera empresa en un apartamento de 20 m², cuando no tenía nada más que sueños y determinación. Eso es imposible”, murmuró, pero su voz sonó insegura, incluso para él mismo. “Tengo pruebas”, dijo Camila rápidamente, sacando su teléfono.

Fotos de documentos, grabaciones, todo está aquí. En ese momento, la puerta de la sala se abrió y Miguel asomó la cabeza. Sebastián, te están esperando, hermano. Sebastián miró a Miguel, luego a Camila, y sintió que su mundo entero estaba a punto de desplomarse. En sus manos tenía dos opciones. Confiar en el amigo que conocía desde los 12 años o creer en una completa desconocida que acababa de destrozar todo en lo que creía. “Ya voy”, le dijo a Miguel, quien asintió y cerró la puerta.

Sebastián se volvió hacia Camila, que lo miraba con una mezcla de esperanza y terror. “Si estás mintiendo.” “No estoy mintiendo”, interrumpió ella. “Sé que no tiene razones para creerme, pero no puedo quedarme callada viendo cómo va a firmar su propia destrucción.” La determinación en su voz, la forma en que sus manos temblaban, pero su mirada permanecía firme, le dijeron a Sebastián todo lo que necesitaba saber.

Esta mujer estaba arriesgando su trabajo, tal vez su seguridad, para advertirle sobre algo que había descubierto por casualidad. Y en el fondo de su corazón, en ese lugar donde guardaba todas las dudas que había ignorado durante meses, Sebastián supo que ella tenía razón. “Muéstrame las pruebas”, dijo Sebastián. Su voz apenas un susurro en el pasillo vacío.