Era un día laboral cualquiera en el hospital. En la sala de espera, las personas estaban absortas en sus propios pensamientos: algunos hojeaban el teléfono con desgano, otros conversaban en voz baja, mientras unos cuantos miraban fijamente al suelo, contando los minutos que los separaban de su turno. Las enfermeras cruzaban a toda prisa, como siempre; los médicos llamaban a los pacientes uno por uno, y todo seguía su curso dentro de la habitual rutina ordenada.
De repente, un silencio inusual se apoderó del ambiente. La puerta se entreabrió y una mujer mayor entró. Llevaba un abrigo desgastado por los años y sujetaba con firmeza un antiguo bolso de cuero. Su mirada era serena, pero profundamente cansada.
Los presentes comenzaron a mirarse entre sí con curiosidad. Algunos jóvenes murmuraron:
— ¿Sabrá siquiera dónde está?
— Tal vez tenga problemas de memoria…
— ¿Tendrá dinero para pagar la consulta?
La mujer se acercó lentamente a una silla en un rincón y se sentó, como si no notara la presencia de nadie. No parecía desorientada, más bien daba la impresión de venir de otro tiempo, uno muy distinto al mundo moderno e impersonal de la medicina actual.
Pasaron unos diez minutos y, de pronto, la puerta del quirófano se abrió de golpe. Un hombre entró con paso firme: era el famoso cirujano conocido en toda la ciudad, un médico cuyo nombre estaba grabado en el muro de honor del hospital.
Todos lo reconocieron al instante: pacientes, estudiantes, colegas. Alto, serio, vestido con el uniforme verde de quirófano, no dijo una palabra. Caminó directo hacia la anciana.
Cuando los presentes comprendieron quién era en realidad aquella mujer de ropas gastadas, contuvieron el aliento. 😱😱
— Disculpe la espera — dijo el cirujano, tocándole el hombro con respeto —. Necesito urgentemente su consejo. Estoy inseguro.
Todos quedaron inmóviles. Los susurros cesaron al instante. Nadie lograba entender lo que estaba sucediendo. Aquel médico, al que los periodistas solían perseguir, estaba allí, frente a ella, casi con devoción.
El silencio fue interrumpido por la voz de la recepcionista:
— Esperen… Esa es la profesora. Ella dirigía el departamento de cirugía, hace veinte años, justo en este hospital…
Y de repente, todo cobró sentido.
Aquella mujer no era simplemente una ex doctora. Era una leyenda. Una pionera que salvaba vidas cuando no existían ni robots quirúrgicos ni tecnología avanzada.
Y ese célebre cirujano que se inclinaba ante ella, había sido su alumno. La había llamado porque tenía un caso que lo hacía dudar. Y sabía que solo ella, con su experiencia y esa mirada única, podía ver lo que los demás no podían.
La mujer alzó la vista y, con voz suave, respondió:
— Entonces vamos. Veámoslo juntos.
Y todos aquellos que poco antes habían susurrado y juzgado, bajaron la mirada en silencio.
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